Cambiar la manera de pensar
El hombre es un ser pensante. El hecho de pensar nos diferencia de los otros animales que carecen de esta capacidad. Los animales actúan por instinto, algo que indica al animal en cada momento cuál es la conducta que debe seguir. Lo que distingue al hombre es que no tiene una conducta predeterminada para cada situación.
Ante una situación determinada, tú puedes elegir cuál es la conducta que quieres adoptar. Quiere decir que, hasta cierto punto, puedes decidir tu futuro, cosa que le está vedada a los animales. Este futuro a que me refiero puede ser el próximo minuto, el próximo día o los próximos cinco años. Lo que importa es que no hay nada que diga que en ese futuro las cosas serán como ahora, salvo que tú mismo lo decidas así.
Ante una afirmación como ésta, tu puedes aceptarla sin más o comenzar de inmediato a enumerar todos los factores que te impiden decidir cuál será tu futuro, en suma, todas las ataduras que mantienen en la situación en que te encuentras ahora. Lo curioso es que seguramente te olvidarás de mencionar la principal causa que te mantiene adonde estás: tu pensamiento.
Efectivamente, el pensamiento que es lo que te permite adoptar nuevas conductas es, al mismo tiempo, el que te limita las opciones que puedes elegir. Las creencias, que son pensamientos fijados en tu mente, te dicen qué es lo que puedes y qué es lo que no puedes hacer. De modo que, como puedes ver, tu pensamiento condiciona tu futuro.
De lo antedicho se deduce que si quieres cambiar tu futuro primero tienes que cambiar tu forma de pensar. Si no quieres que tu futuro sea igual a tu presente, debes comenzar por pensar que un futuro diferente es posible, y luego debes pensar cuál quieres que sea ese futuro. Pero atención, que no cualquier cosa que se te ocurra pensar puede ser posible.
Debes analizar cada una de aquellas creencias que por esto o por lo otro has incorporado, muchas veces en forma inconsciente, pero en última instancia por tu propia voluntad. Con respecto a cada una de ellas debes decidir si quieres seguir manteniéndola o si ya su plazo ha caducado y puedes desprenderte de ella sin inconvenientes.
Una vez hecho esto, tienes el horizonte claro para comenzar a planear tu futuro y aquí es donde la confrontación con la realidad es ineludible. De nada serviría tratar de obsesionarte con ideas que luego la realidad se encargará de demostrarte que eran meras fantasías. Pero justamente de esto se trata el pensamiento, y esto es lo que nos distingue como humanos. El pensamiento es lo que nos permite distinguir la realidad de la fantasía, y lo que es posible de lo que no lo es.
Una vez que has elegido un futuro que es posible de realizar, de nuevo la forma en que pienses influirá en que lo puedas lograr o no. Dependiendo de cuál sea la distancia entre tu punto de partida (el hoy) y tu punto de llegada (el mañana), necesitarás poner mayor o menor empeño en tu propósito, y ese empeño debe reflejarse en la cantidad de pensamiento que le dediques.
Si en general estás satisfecho con tu existencia actual, y solamente quieres introducir algunos pequeños cambios, solamente necesitarás pensar en ello de vez en cuando, cada vez que decidas ocuparte del tema. Si en cambio quieres introducir cambios drásticos en tu vida, no lo conseguirás a menos que hagas una obsesión de ello.
Todas las personas que han conseguido realizar grandes transformaciones en su vida, ya sea en el plano material o espiritual, han sido personas obsesionadas por una idea. Una obsesión es una idea dominante, o sea un pensamiento dominante. Ese pensamiento ha sido lo que le ha permitido a esas personas cambiar su futuro. Pero no estoy queriendo decir que todo el mundo debe tener una obsesión, ni siquiera que tener una obsesión es siempre una buena cosa.
Muchas de las personas que han perseguido una obsesión en su vida, se han dado cuenta, a veces demasiado tarde, que por hacerlo han realizado sacrificios que luego han lamentado. El pensamiento, tu gran ayudante, te indicará cuáles son los sacrificios que debes realizar para conseguir lo que quieres. Solamente tú debes decidir si realmente vale la pena hacer esos sacrificios, sin hacer caso de los cantos de sirena de la sociedad de consumo que constantemente trata de convencerte de que lo mejor es tener más y más, sea de esto o de lo otro.
Cambiar la manera de relacionarse
¿No sería maravilloso que todos los demás nos trataran amablemente? ¿Cuántas veces al tener que tratar con una persona, por cualquier motivo que sea, te sientes disgustado por la manera en que se dirige a ti? Esto puede cambiar si entiendes un principio muy sencillo: los demás te tratarán de la misma manera que tú los tratas a ellos. Pero no basta con entender este principio: además debes esforzarte por poner en práctica las consecuencias del mismo.
El crecimiento personal no se consigue sin esfuerzo, pero no es un esfuerzo doloroso. No se trata de una dieta para perder veinte kilogramos en un mes comiendo dos lechugas y una zanahoria por día. ¡Los retorcijones que tendrás en el estomago ciertamente no aumentarán tu felicidad! Aquí se trata justamente de todo lo contrario: de que aumentes tu cuota de felicidad, de que cada día te sea un poco más agradable.
Sin embargo, tampoco basta solamente con conocer y entender los principios. Ésta es la causa de la desilusión de mucha gente, que cree que con haber captado un principio del crecimiento ya es suficiente, y, cuando no ven los resultados que esperaban, enseguida abandonan todo pensando que es inútil. Además de haber entendido los principios, que generalmente son muy sencillos, hay que ponerlos en práctica, y éste es el esfuerzo del que hablaba: la persistencia en la práctica diaria de los principios aprendidos.
Con respecto al tema que nos ocupa ahora, contesta la siguiente pregunta: si tu manera de relacionarte con las personas es, a cada uno que encuentras, tirarle una piedra, ¿qué piensas que harán los demás contigo? Obviamente, devolverte la piedra que les has tirado y, tal vez, agregar otra por cuenta propia. En este caso verás un ejemplo de que lo das es lo que recibes.
Piensa un poco: ¿qué es lo que arrojas a las personas que se encuentran contigo? O dicho de otra manera: ¿qué es lo que se desprende de ti cuando haces contacto con un semejante? Si lo que sale de ti es una sensación de rechazo y de disgusto, esto es lo mismo que la otra persona experimentará con respecto a ti. Lo mismo que damos es lo que recibimos. Y acá no cuentan solamente las palabras que digas, sino muchas otras cosas.
Existe un lenguaje que no es verbal, sino corporal. La expresión de la cara es muy importante en este lenguaje, aunque hay otros medios de comunicación no verbal, como la postura del cuerpo. Puedes verbalizar la frase "Buenos días", pero lo que importa no son las palabras (o no solamente las palabras), sino la forma en que lo dices y tu expresión facial en ese momento. Lo que dices sin hablar puede contrarrestar completamente las palabras que pronuncias.
Muchas personas desconocen por completo este aspecto de la comunicación humana, fiándose por entero de las palabras que dicen, y después no entienden los resultados que se producen. ¿Cómo --se preguntan-- si yo lo saludé amablemente, me contesta de esa manera? Es que lo que importa no es lo que se dice, sino cómo se lo dice. La actitud revela más que las palabras, y la gente lo que percibe es la actitud y no las palabras.
Cuando llegamos a este punto podemos preguntarnos porqué ocurre esto de que el lenguaje verbal va en un sentido y el lenguaje corporal va en otro. La respuesta es que el lenguaje corporal es inconsciente en la mayoría de las personas, ya que sólo a través del entrenamiento se consigue controlar tanto el lenguaje hablado como el lenguaje corporal. La mayoría de las personas no tiene un grado de conciencia de su cuerpo suficiente como para controlar lo que éste dice.
Al ser inconsciente el lenguaje corporal, está revelando lo que realmente pensamos. En el progreso de la evolución, el lenguaje hablado es de aparición tardía con respecto al lenguaje corporal. Los animales, que no hablan, se comunican solamente a través de este último. Cuando se encuentran dos perros, no se hablan; se comunican a través del lenguaje de sus cuerpos. Es por esto que el lenguaje corporal tiene preponderancia sobre el lenguaje verbal.
Si una persona te habla cortésmente y al mismo tiempo agita su puño cerrado delante de tu cara, a lo que vas a hacer caso es a este gesto y no a lo que te diga. Esto es así porque inconscientemente vas a suponer que ese gesto representa su real forma de sentir y no lo que te está diciendo. Esto es correcto en la mayor parte de las personas; si su actitud hacia los demás es de hostilidad, ello se traslucirá a través de la capa de urbanidad que representan sus palabras.
Por lo tanto, para evitar que los demás te traten con hostilidad, lo primero que tienes que hacer es eliminar la hostilidad dentro de ti mismo, porque, aunque quieras disfrazarla con muy bonitas palabras, la gente hará caso a lo que realmente sientes y que se percibe a través de tu lenguaje corporal. Y si lo que perciben es hostilidad, pues hostilidad es lo que vas a recibir a cambio.
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